Pío IX.  Beato
   [041](1792-1878)

 
   
 

       

 

    Fue Papa entre 1846 y 1878, 32 años difíciles y llenos de ten­siones y violencia. Pero sus fecundas decisiones le convirtieron en uno de los grandes Pontífices de la Historia de la Iglesia, denostado por lo enemigos por su amor a la Tradición  y admirado por los cristianos más fieles.

   1. Vida

   Se llamaba Giovanni María Mastai Ferretti. Nació en Senigallia, al norte de Ancona, en las costas del Adriático, el 13 de Mayo de 1792.  Perte­necía a una familia distinguida   Sus padres fueron los nobles Jerónimo Mastai Ferretti y Catalina Solazzi. Bautizado en el mismo día del nacimiento, recibió la Confirma­ción en 1799 y la Primera Comunión en 1803.
    Desde su juventud mostró inclinación por el estudio de las humanidades. En 1809 se trasladó a Roma para cursar Filosofía y Teología. Por enfermedad tuvo que abandonar los estudios una temporada en 1812 y por el mismo motivo quedó exento del servicio militar. En 1816 participó como catequista en la misión de Senigallia. Debido a los acontecimientos políticos que asolaban el país en ese mo­mento, no pudo concluir su carrera hasta 1814.
    En 1815 entró en la guardia noble pontificia, pero tuvo que dejar el puesto por su precaria salud. Fue cuando S. Vicente Palloti le profetizó que un día llegaría a ser Papa.
   Recibió Ordenes Menores en 1817, el Subdiaconado en 1818, el Diaconado en 1819 y el mismo año el Sacerdocio. En 1823 fue nombrado Rector en el Instituto Tata Giovanni. Luego acompañó al Nuncio Apostólico, D. Giovanni Muzzi, a Chile, en donde permaneció hasta 1825. En este tiempo recorrió las principales ciudades del Sudamérica. Regresó como Director del Asilo de San Miguel.
    En 1928, a sus 36 años, fue designado Obispo de la Archidiócesis de Espoleto. Fueron años de convulsiones por la efervescencia revolucionaria que se respiraba. En 1831 la revolución, iniciada en Parma y Módena, llegó a Espoleto. Para evitar derramamiento de sangre, tuvo que transigir con muchas pretensiones de los insurrectos, pero ello no evitó múltiples destrucciones.
   En 1832 fue trasladado a otra Diócesis violenta, Imola, donde continuó con su talante liberal. En 1840, con apenas cuarenta y ocho años, fue designado Cardenal. El 16 de Junio de 1846 fue elegido Papa y tomó el nombre de Pío.

    2. Pontificado
 
    Llegó al solio pontificio con fama de liberal y tolerante. De hecho uno de sus primeros actos de gobierno fue la promulgación de una amnistía para los prisioneros políticos, los llamados patrióticos o liberales, de los Estados Pontificios. No sirvió de nada, pues la agitación le acompañó los 32 años en que hubo de gobernar la Iglesia.
    Perfiló algunas reformas en el Estado Pontificio, como la libertad de prensa y de conciencia, que puso como norma. De manera especial, tuvo como adversarios a los grupos masónicos, sobre todo internacionales, que tenían gran influencia en las logias locales.
   En Abril de 1848, las ingerencias e insolencias de esos grupos, provocaron en el Pontífice ya una ruptura frontal y se inició una lucha a muerte. Los más radicales desencadenaron motines e insurrecciones en Roma. El Papa hubo de trasladarse a Gaeta, mientras que en la ciudad de Roma se proclamaba, en 1849, la República  por parte de Giuseppe Mazzini, Carlo Armellini y Aurelio Saffi. Las iglesias fueron saqueadas. Mazzini se incautó de muchas obras de arte de los centros expoliados, las cua­les fueron a parar a manos de la masonería británica, la cual había anticipado el dinero nece­sario para tomar Roma.
    En la Encíclica "Qui pluribus" (9-10-1849), hablaba de "hombres liga­dos por una unión nefanda que corrompen las costumbres y combaten la fe en Dios y en Cristo, postulando el naturalismo y el racionalismo y, sobre todo, poniendo en marcha el conflicto entre ciencia y fe".
    Ante estas acusaciones directas, la masonería reaccionó con desdén violento. Convocó un "Anticoncilio masónico, Asamblea de librepensadores", con la idea de combatir al Vaticano. Entre los escritos que se difundieron para esta convocatoria, uno que decía: "El Anticoncilio quiere luz y verdad, quiere ciencia y razón, no fe ciega, no fanatismo, no dogmas, no hogueras... No al Papa y no a su infalibilidad...".
   Gracias a la intervención de tropas francesas, la República romana cayó y Pío IX volvió a Roma en 1850. Desde entonces, el Pontífice se orientó a una política de firmeza frente al laicismo, condenándolo sin paliativos.
    Sus labores de gobierno eclesial, a pesar de tanta lucha, fue excelente. Restableció la jerarquía católica en Inglaterra, Holanda e Escocia. Condenó las doctrinas galicanas. Mantuvo relaciones con muchos gobiernos.
    El 8 de Diciembre de 1854 definió el dogma de la Inmaculada Concepción de María con la Bula "Ineffabilis Deus."
   Envió misioneros al Polo Norte, a la India, a Birmania, a China, a Japón. Creó un Dicasterio para los Asuntos de las Iglesias orientales.
   En 1864, promulgó la "Encíclica Quanta cura", con el anexo del "Syllabus errorum", en el que condenó los errores del modernismo, galicanismo y laicismo.
   En 1869 celebró con gran solemnidad el XVIII centenario del martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo.
   En 1870 inauguró un nuevo modo de elección de Obispos y prelados, elegidos no entre los notables sino entre los sacerdotes, sólo en virtud de méritos pastorales. Su popularidad creció.
   En medio de su lucha contra las falsas doctrinas, Pío IX no perdió el ánimo y siguió su objetivo de agrupar a la Iglesia en torno a la Cátedra romana. Atribuyó gran importancia a la piedad popular, a la devoción a los santos, especialmente a María a través del reconocimiento de las apariciones de La Salette y de Lourdes. Dio impulso a procesio­nes, peregrinaciones y a la devociones sencillas.
    Su empresa mayor fue la convocatoria y la celebración de la primera y única sesión del Concilio Vaticano I en 1869. Lo preparó con esmero y  de forma intensa. La sesiones se iniciaron en 1869. Las tareas fueron suficientes para definir el dogma de la infalibilidad pontificia y aprobar tres valiosos documentos.
   La invasión de 1870 de Roma, al au­sentarse las tropas francesas por la guerra francoprusiana, fue inmediata. Comenzó con la toma de Porta Pía por los ejércitos del Piamonte, el 20 de Septiembre. Fue el fin del poder temporal de los Papas. Pío IX se declaró pri­sionero en el Vaticano.
   Años antes de esta invasión, otras regiones había sido anexionadas: la Romaña en 1859, la Umbría y las Marcas en 1860. El Reino del norte, comenzó entonces a llamarse Reino de Italia y a proclamar a Roma como capital del Estado. El Papa no aceptó cesión alguna ante los usurpadores.
   Murió el 7 de febrero de 1878, pero la masonería le persiguió encarnizadamente incluso tras su muerte. En la noche de 12 al 13 de julio de 1881 su féretro fue trasladado del Vaticano al cementerio de verano. Los masones organizaron una manifestación irreverente contra el cortejo funerario. Incluso, cuando el féretro pasó por el puente Sant Angelo, al grito de "¡Muerte al Papa, muerte a los curas!", algunos desal­mados trataron de arrojar el cadáver al Tíber.
    Su causa de beatificación fue larga y difícil. La inició Pío X el 11 de Febrero de 1907, la relanzó Benedicto XV, sin gran éxito, y de nuevo Pío XI. Fue retomada por Pío XII y Pablo VI la apoyó. El decreto sobre la heroicidad de las virtudes se dio el 6 de Julio de 1985 por la tenacidad de Juan Pablo II. Fue beatificado por el mismo Papa el 3 de Septiembre del 2001, junto con Juan XXIII.
    En la Homilía, Juan Pablo recordó: "En medio de los acontecimientos turbulentos de su tiempo, fue ejemplo de adhesión incondicional al depósito inmutable de las verdades reveladas. Fiel a su ministerio en todas las circunstancias, supo atribuir siempre el primado absoluto a Dios y a los valores espirituales. Su larguísimo pontificado no fue fácil: tuvo que sufrir mucho para cumplir su servicio al Evangelio. Fue muy amado, pero también odiado y calumniado".

 

 

   

 

 

 

 

 

  3. Documentos y catequesis

   La actitud pastoral de Pío IX fue clara a lo largo de su vida: luchar contra el mal y contra el error. Solía decir: "En las cosas humanas es necesario contentarse con actuar lo mejor posible; en todo lo demás hay que abandonarse a la Providencia, la cual suplirá los defectos y las insuficiencias del hombre".
     Su serenidad de ánimo fue típica en este luchador incansable. Publicó 11 encíclicas, sobre todo:
     - "Qui pluribus", 9 Noviembre 1846.
     - "Noscitis et nobiscum", 8 Dic. 1849.
     - "Singulari quidem", 17 Marzo 1856.
     - "Quanto conficiamur", 17 Ag. 1863.
     - "Incredibile", 17 Septiembre 1863.
    La más importante sin duda fue la Quanta cura, del 8 de Diciembre de 1864, en la que ilustraba a los fieles sobre los principales errores. Añadía un "Syllabus", o compendio de los errores más divulgados. Este compendio marca su línea catequística.
    Como conse­cuencia, declaraba la ne­cesi­dad urgente de instruir bien al pue­blo de Dios, sobre todo en los años infantiles y juveniles, condición para vencer el error y la maldad. Rechaza la injerencia de los poderes civiles en la Iglesia y reclamaba el respeto a sus derechos de enseñar la verdad sin trabas.
    Los documentos antimasónicos del pontificado de Pío IX fueron 124 (11  encíclicas, 61 cartas breves, 33 discursos y otras alocuciones).   Además del reclamo a la instrucción, fue un gran promotor de las devociones populares, destacando la profesada a la Virgen, en su advocación de Inmaculada Concepción. Siempre se declaró devoto de María, la Madre del Señor.
    Dio gran valor a las catequesis misioneras y a los catequistas de los países ganados al cristianismo.
   Tuvo especial sentido de la ascesis y de la vida de oración y reclamó una suficiente educación de los fieles en este terreno de la plegaria y de la penitencia.

 

Extracto del Syllabus
Indice de los principales errores de nuestro siglo

(Syllabus complectens praecipuos nostrae aeta­tis errores)

  1. Panteísmo, Naturalismo y Raciona­lismo absoluto. Incredulidad sobre la acción de Dios en el mundo.
        La razón humana es el único juez de la verdad. Solo existe la razón. La revelación es una apariencia.
        La fe de Cristo se opone a la humana razón. La revelación es creencia. Profecía y milagros son mitos.
  2. Racionalismo moderado. La Teología sólo es Filosofía. La Filosofía no se someterá a nadie.
        Los dogmas cristianos son naturales. La Iglesia no es autoridad en ella.
      La Sede apostólica impide el progreso de la ciencia. La teología escolástica es errónea.
  3. Indiferentismo. El hombre puede elegir cualquier religión. todas llevan a la salvación.
         El protestantismo no es más que una forma cristiana,
  4. Socialismo, Comunismo, Sociedades secretas, Sociedades bíblicas, Sociedades clérico-liberales.
         Son pestilencias muchas veces reprobadas por la Iglesia.
  5. La Iglesia. No es una sociedad. No tiene autoridad. Ni en lo religioso.
         Los maestros y escritores católicos no tienen que atenerse a lo nada que esté definido.
         Los Romanos Pontífices y los Concilios yerran. La Iglesia no puede emplear castigos.
         La Iglesia no debe tener posesiones. La autoridad civil es la única. Los ministros no son autoridad.
         Cualquier inmunidad eclesiástica es abuso. La enseñanza de la Teología debe ser libre.
         Los concilios nacionales no tienen autoridad superior. Las iglesias nacionales son supremas.
  6. Sociedad civil. El Estado es fuente de todo derecho. Nada debe decir de el la Iglesia.
         La potestad civil tiene derecho total sobre los ministros. En leyes contrarias, predominan las civiles.
         Debe imponerse en escuela y seminarios en donde se instruya a la juventud.
         El Estado es la autoridad.  La Iglesia no tiene nada que decir en las escuelas, ni en lo profano ni en lo religioso.
         El Gobierno laical tiene poder sobre el eclesial: sobre obispos, clérigos, religiosos.
         Los Reyes y los Príncipes están exentos de toda jurisdicción de Iglesia.
  7. Sobre la moral, natural y cristiana. Las leyes de Dios pueden cambiar. Ninguna ley obliga en sí.
        El derecho es sólo costumbre, no deber: la disciplina es sólo costumbre; nada con la conciencia.
        La autoridad no es otra cosa que la suma del número que decide. Nada tiene de divina.
        Los juramentos sólo son palabras. No cumplirlos es igual de bueno que cumplirlos.
  8. El matrimonio cristiano. Nada tiene que ver con Cristo ni tiene ningún sentido religioso.
        El celibato y la virginidad son costumbres, no virtudes. Los clérigos son libres para rechazar ambos.
  9. El liberalismo de nuestros días. Cada hombre, incluso en lo religioso, puede pensar como quiera.
        La abolición del poder que la Sede Apostólica posee, ayudaría a la libertad  de la Iglesia.
10. El indiferentismo. Todos los cultos son igualmente de buenos.
        El poder civil debe proteger a todos ellos por igual.
        Son incompatibles el reino espiritual y el temporal. Los cristianos hacen mal en elegir el primero.
 11. Secularismo. Cada Estado debe tener público ejercicio del culto que desee.
         Nada tiene que decir la Iglesia en todo lo que es secular.
 12. Se debe manifestar en público cualquier opinión, aunque corrompa a los que la reciben.